Las innumerables muestras del desnudo artístico femenino, no hacen sino rescatar el poder del cuerpo y el erotismo de la mujer, en un mundo, en donde lo políticamente correcto tiende a abolir estas expresiones en nombre de un feminismo mal entendido. El verdadero poder de la mujer, que siempre ha estado ligado a la concepción de la belleza, en un sentido amplio, tiende a trastocar los términos, y, a convalidar en muchasocasiones lo que no se considera políticamente correcto.
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Cartel de la película de Robert Altam, 1994 |
Ciertas sociedades actuales, en su búsqueda de la aparente perfección, han perdido el camino. El feminismo más conservador y retrógrado siempre ha atacado las propuestas sobre la utilización del desnudo femenino y su espacio dentro de lo pornográfico. No obstante la utilización del cuerpo de la mujer puede presentarse como una solución alternativa para la apropiación de su propia sexualidad.
Es decir, siempre los espacios conservadores, desde el ámbito patriarcal, han dicho qué debe y cómo debe ser la mujer en torno al erotismo, continuamente visto desde una sola óptica patriarcal. Así la mujer ha sido expropiada incluso de su poder de elección frente a su propia sexualidad. Por ello, no es casual, que muchas de las protestas de este nuevo siglo se reivindiquen mediante cuerpos desnudos. Hombres y mujeres nos hemos alejado tanto de nuestros propios cuerpos, que desmerecemos el valor que estos tienen en una sociedad marcada por las apariencias a través del consumo de la moda. Y, en este mercado, es quizás donde se ven y aparecen las más grandes vejaciones en torno al cuerpo. Los cuerpos se presentan enlatados en envoltorios creados por diseñadores famosos y tienden a homogenizar la concepción de lo bello.
Es decir, siempre los espacios conservadores, desde el ámbito patriarcal, han dicho qué debe y cómo debe ser la mujer en torno al erotismo, continuamente visto desde una sola óptica patriarcal. Así la mujer ha sido expropiada incluso de su poder de elección frente a su propia sexualidad. Por ello, no es casual, que muchas de las protestas de este nuevo siglo se reivindiquen mediante cuerpos desnudos. Hombres y mujeres nos hemos alejado tanto de nuestros propios cuerpos, que desmerecemos el valor que estos tienen en una sociedad marcada por las apariencias a través del consumo de la moda. Y, en este mercado, es quizás donde se ven y aparecen las más grandes vejaciones en torno al cuerpo. Los cuerpos se presentan enlatados en envoltorios creados por diseñadores famosos y tienden a homogenizar la concepción de lo bello.
En contraposición, la transparencia, inclusive hasta en los actos sexuales (que es lo que en apariencia cierta pornografía propone) se presenta como un motín frente a lo establecido por la moda. La excelente película “Pret-a-porter” de 1994, dirigida por Robert Altman, da testimonio y es a la vez una protesta sobre estos hechos. El término francés, que da el título a esta película, significa listo para llevar y alude a las prendas en serie que son producidas como demanda del mercado. Un símil que explica con claridad la belleza que se exige a la mujer actual. La “llamada” democratización de la moda hizo que en un sentido se homologue la forma de concebir la belleza femenina y además mutiló lo bello enmarcándolo en cánones de conducta. Patrones que crearon un mundillo de hipocresía y banalidad que contradice la belleza auténtica de la mujer. Como se refleja en la película, la mediocridad de conductas, los clichés, la superficialidad y las formas poco originales de concebir al sexo opuesto se aprecian en cualquiera de estos mundillos, y no solo son causa, sino además consecuencia, del extrañamiento de la mujer frente a su propio cuerpo y su propia sexualidad y erotismo.
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